Mi deseo más profundo es conocer a Dios.
Un nuevo par de zapatos, un nuevo trabajo o hasta una nueva relación personal pueden capturar mi atención por cierto tiempo. Pero, tarde o temprano, la novedad pasa y mi corazón sigue anhelando aquello que no puede ser satisfecho con nada en el mundo externo.
Mi deseo más profundo es conocer a Dios. Percibo a Dios al meditar, en la naturaleza y en un abrazo cálido. La presencia divina se encuentra en el fluir del momento presente. Cuando enfoco mi atención en la experiencia de Dios, soy uno con todo —con otras personas, la naturaleza, el sol y las estrellas. Soy tan antiguo como el universo y tan nuevo como el amanecer. Mi deseo de conocer a Dios me lleva a la unidad, y estoy en paz.
¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra.—Salmo 73:2510313124_10201640299923861_7053528181239564836_n